viernes, 7 de agosto de 2009

ARGENTINA´78 : CUANDO LA PELOTA SE MANCHÓ DE SANGRE




¿La fiesta de quienes?

En el mundial 78, la euforia de un país futbolero y el logro de la selección compartieron la escena con una dictadura despiadada. La legitimidad del título y la pertinencia de la celebración siguen, a veinte años, en tela de juicio. Aquí, los claroscuros de aquella historia, en la voz de sus protagonistas.

"Duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades." Osvaldo Ardiles habla desde Japón, donde dirige al equipo Shimizu S-Pulse. Su lejanía parece agrandar aún mas la distancia de aquel Mundial 78, cuyo vigésimo aniversario se cumplió hace unos meses.

La conquista, histórica, jamás podrá ser evocada, sin embargo, en tono de fiesta completa. Pocos lo saben, pero a la misma hora en que Alemania y Polonia habrían la Copa en la cancha de River, Ronnie Hellstrom, arquero de la selección sueca, se convertía en el único jugador del Mundial que prefería estar frente a la Casa Rosada, acompañando la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, que ya entonces reclamaban por sus hijos. "Decidí hacerlo –dice hoy Hellstrom- porque era una obligación que tenía con mi conciencia".




La vuelta olímpica del Mundial 78 –la Copa más polémica de la FIFA- marcó sin dudas un hito consagratorio en la historia del fútbol argentino. Pero en pleno Mundial, a diez cuadras de la cancha de River, epicentro de la fiesta, funcionaba la ESMA, el mayor centro de torturas de la dictadura. Aquella siniestra combinación de goles y desaparecidos llevó a que el Mundial 78 fuera siempre comparado con los Juegos Olímpicos de 1936. Estos últimos transcurrieron en la Alemania nazi de Hitler. El Mundial 78, en cambio, se jugó en la Argentina de Videla. Y su marchita de tono militar no admitía indiferentes. "Veinticinco millones de argentinos –decía la canción oficial- jugaremos el Mundial"

"A distancia –señala hoy Ardiles- está claro que fuimos utilizados como propaganda por parte de los militares. Pero también hay que aclarar que nosotros, los jugadores y el cuerpo técnico que integremos aquella Selección, fuimos víctimas de esa manipulación de nuestro trabajo, o de los frutos del mismo. Hoy duele ver eso, pero también –sigue Ardiles- puede decirse que quizá servimos como bálsamo para mucha gente oprimida que pudo volver a salir a la calle envuelta en banderas argentinas. Sabíamos que lo nuestro no tenía nada que ver con lo que estaban haciendo los militares, algo que prácticamente desconocíamos. Pero de alguna manera, a los que medianamente teníamos cierta conciencia de quiénes se trataba, nos hacía sentir mal."

César Menotti sí sabía de qué se trataba. "Yo tengo una buena formación política. No soy un boludo al que se lo puede engañar fácilmente. Conozco muy bien que históricamente las Fuerzas Armadas argentinas son el grupo armado de la oligarquía desde cuando mataban a los indios. Siempre fueron el grupo armado del poder económico." El técnico de aquella selección, si embargo, señala hoy que no tiene ninguna autocrítica que hacerse por su rol en el 78.

"¿Pero viejo, ahora resulta que el Mundial lo jugaron sólo Menotti y los jugadores? ¿Y la gente que llenó las canchas, que salió a las calles? ¿Y los medios?", dicen que, más en la intimidad, se pregunta Menotti cuando alguien le reprocha un rol que, a la medida de sus críticos más feroces, llegó a valerle un libro de título perverso (El director técnico del Proceso), pero del que jamás le resultó fácil despegarse. En la concentración de Jose C. Paz se comunicaba con sus colaboradores con walkie talkie, una foto de El Gráfico lo mostraba con una pistola en su mesita de luz, su trabajo recibía el apelativo de "proceso", sus jugadores no podían ser transferidos al exterior y, cerca del Mundial, los medios oficiales recibieron una prohibición de criticarlo, aunque hasta pocos meses antes un sector de la prensa había hecho campaña para imponer a Juan Carlos Toto Lorenzo. Mimetizado con los tiempos, Menotti, quien por entonces tenía 39 años, se sintió tal vez el comandante de un momento histórico para el fútbol argentino. "Yo le decía: ‘Cesar, los militares te están usando’. Pero él me respondía que no había problemas, que los tenía controlados", contó antes de morir João Saldanha, miembro histórico del Partido Comunista Brasileño y que se alejó de la conducción técnica de la selección de su país poco antes de la gloria del Mundial de México 70, cuando allí mandaba la dictadura del general Emilio Garrastazu Médici.





LOS GOLES DE LA SOSPECHA

El mundial fue una bisagra en la historia del fútbol argentino. "Gracias a Menotti se cambió la mentalidad en el trabajo de la Selección. Por primera vez se trabajó con jugadores del interior del país. Y a partir de Menotti los
contratos de los entrenadores nacionales nunca más duraron menos de cuatro años", dice Ardiles. Aquella selección, adema’s, destrozó el mito de la superioridad física de los europeos. Y jugó todos los últimos partidos de la Copa casi con cuatro delanteros netos (Kempes, Bertoni, Luque y Ortiz o Houseman). A la preparación física y el sentido colectivo (supuesto patrimonio de los europeos), el equipo de Menotti sumó habilidad y audacia y, tras superar un inicio de nervios e irregularidad, terminó siendo merecido campeón. Pero la conquista, inevitable, parece destinada a convivir con las sospechas de las trampas de una dictadura militar que soñó montar su proyecto político a partir de una pelota de fútbol, creyendo que la fiesta de River podía ser eterna.

Las dos primeras y ajustadas victorias de 2-1 ante Hungría y Francia y la derrota 0-1 con Italia obligaron a la inesperada mudanza a Rosario. Allí, la segunda rueda comenzó con un triunfo 2-0 ante Polonia, cuya legitimidad fue cuestionada muchos años después por el propio DT rival, Jacek Gmoch, quien denunció un "arreglo", sin otras precisiones. La sombra del arreglo, en realidad, se dirigió siempre a la célebre goleada de 6-0 a Perú, que permitió eliminar a Brasil por diferencia de gol y clasificar a la final contra Holanda. "Yo digo que ese partido no fue normal, que fue raro", insiste hoy Juan Carlos Oblitas, integrante de aquella formación y DT de la actual selección peruana. "Dominamos al comienzo y hasta el segundo gol argentino el partido fue parejo, pero después nos quedamos inexplicablemente. Creo que si ese mismo partido hubiera vuelto a jugarse diez veces jamás habríamos perdido 6-0. Es más, podríamos haber ganado alguno", agrega Oblitas. "Por respeto a la gente que integraba el equipo conmigo en aqulla época -concluye el hoy DT- prefiero decir que salimos a jugar ese partido bajo presión. No voy a hacer lo mismo que Manso, que en 1979 lanzó una acusación artera."





El ex zaguero Radulfo Manso, hoy completamente distanciado del fútbol, dice a su vez que aquella explosiva denuncia de soborno que formuló en 1979, cuando jugaba en Vélez, fue "un desahogo a medias. Lo que pasó –cuenta manso- es que antes del partido con Argentina atendí un llamado telefónico en mi pieza de la concentración. La voz, que tenía acento argentino y me trataba de manera peyorativa, discriminatoria y racista, me dijo de muy mala manera que les comunicara a mis compañeros que nos pagarían 50 mil dólares a cada uno si permitíamos la clasificación de Argentino. Me dio mucho miedo, porque yo en ese momento era un muchachito y me sentí muy mal. Se lo conté a un compañero y estoy seguro de que si se lo hubiera dicho al resto, todos me habrían dicho que no aceptaban".

Brasil le había ganado 3-1 a Polonia unas horas antes y Argentina (protecciones del local) jugó por la noche sabiendo cuántos goles precisaba para ser finalista. Perú, que comenzó el juego con un tiro del delantero Muñante en un poste, terminó siendo un desastre. "Yo no me vendí", afirmó el arquero Ramón Quiroga, argentino nacionalizado peruano. Quiroga, hoy DT del Cienciano, de Cuzco, admite que aquella fue su "noche más negra"y que jamás le volvieron a marcas seis goles en otro partido. "Es probable que alguno de mis compañeros haya aceptado semejante cosa", dijo uno de los líderes de aquellas selección peruana, Héctor Chumpitaz. "Semejante cosa" significa soborna. "A mi no me consta, pero no pongo las manos en el fuego por nadie. Igual –sigue Chumpitaz- me permito ponerlo muy en duda. A ese partido llegamos con el desgaste del esfuerzo que hicimos en la primera rueda, en el que le ganamos a Escocia e Irán y empatamos con holanda. O fue casual que después perdiéramos con Polonia, Brasil y Argentina. Estoy convencido de que perdimos de manera limpia. Con mi experiencia, yo me habría dado cuenta si alguno de mis compañeros no ponía todo para ganar". Chumpitaz y Manso si dijeron, en cambio, que Perú recibió una incentivación de Brasil (5 mil dólares para cada jugador, más vacaciones en Itaparica) a cambio de impedir la clasificación argentina. "Todo el plantel estuvo al tanto de eso, pero nadie lo tomó en serio. No estábamos seguros de que pudiéramos cobrar ese dinero."


Gol de Kempes a Holanda

"Yo no estoy en condiciones de asegurar si el equipo peruano jugó dentro de sus posibilidades o no" explica Ardiles. "Eso es algo que deberán explicar los peruanos y las autoridades de AFA de aquel momento, o los miembros del EAM o los que formaban parte del gobierno de Videla." Entre las numerosas versiones que sugieren algún "arreglo" hay una que menciona un acuerdo entre las dictaduras militares de ambos países ( en Perú gobernaba el general Francisco Morales Bermúdez). La sospecha recae sobre la donación de "un crédito no reembolzable" de Argentina a Perú "para la adquisición a la Junta Nacional de Granos de cuatro mil tonelada de trigo a granel", en un marco del "convenio sobre ayuda alimentaria". El Sunday Times, de Londres, provocó un escándalo cuando abonó a esta teoría en plena disputa del Mundial 86. "Ese tipo de donaciones –reconoce hoy Juan Alemann, secretario de Hacienda en quellos años- no eran espontáneas. Se hacían sólo en caso de un terremoto, de alguna catástrofe." La única catástrofe que sufrió Perú en aquellos días fue el 6-0 de Argentina.

Aquel 21 de junio, a las 20.40, e el preciso momento en el que Leopoldo Luque marcaba el cuarto gol a Perú, estallaba una bomba en la casa de Alemann, que no sólo era funcionario, sino que, además, vivía a media cuadra de una comisaría. Alemann siempre sugirió que aquella bomba fue obra de sus críticas por los gastos del Mundial y apuntó al almirante Carlos Lacoste, vicepresidente paro hombre fuerte del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78). Lacoste fue mano derecha del almirante Eduardo Messera, que le ganó una lucha interna al Ejercito y logró para la Marina el uso político y los negocios

Dudosos de un mundial que tuvo un costo récord de más de 700 millones de dólares.

Además de esa bomba a Alemann, Lacoste fue sospechado por la muerte todavía misteriosa del general Omar Actis, el primer presidente de la EAM 78, que quería hacer un Mundial más austero y que fue asesinado el 21 de agosto de 1976, dos días antes de una conferencia de prensa en la que iba a presentar su proyecto. Tras el asesinato de Actis, Lacoste hizo el Mundial a gusto de la FIFA y de sus socios comerciales.

Contó para ello el decreto 1.261 de abril del 77, que le facultó para realizar toda clase de convenio amparado "en razones de urgencia, seguridad y reserva en la difusión de sus actos".

EL OTRO PARTIDO

El mundial fue una cuestión de Estado. En silencio desde que cayó en desgracia, Lacoste, amo y señor del deporte en los tiempos de la dictadura, apenas recibió del juez Miguel Pons un reproche "ético" porque, siendo funcionario, incrementó su patrimonio en más del 400 por ciento, manejando dineros de firmas extranjeras en la City, en los tiempos de la bicicleta financiera de Jose Martínez de Hoz.

Ublado Fillol ya era un arquero formidable, Daniel Passarela "el gran capitán", Ardiles el motor del mediocamo y Mario Kempes la potencia y el gol, aunque jugaba más retrasado pues en los primeros partidos había fracasado como hombre de punta. La final fue contra Holanda. Justamente el país que, junto a Franci, encabezó la campaña para boicotear el Mundial, iniciada por organismos de derechos humanos y agrupaciones de izquierda. El argumento era sencillo "No se puede jugar un Mundial mientras a pocos metros del estadio se tortura y se mata gente", decía el periodista Francois Geze, del Comité Organizador del Boicot a la Argentina (COBA). "Pero fue gracias a los periodista que vinieron por el Mundial que tuvimos nuestros primeros grupos de apoyo" recuerda Mercedes Meronio, vicepresidenta de Madres de Plaza de Mayo. Una agrupación holandesa de solidaridad con las Madres (SAM) donó las primeras casas. Y un hogar que hoy permite vivir juntas a las Madres que van quedando sin familia lleva el nombre de Lizbeth, esposa del que por entonces era el primer ministro de Holanda, Joop den Uiyl.




"¿Pero ustedes no son argentinas?", se les preguntaba a las Madres, conocidas internacionalmente como "Las Locas de Plaza de Mayo", como las homenajeó el libro del periodista francés, Jean Pierre Bousquet. Silencio, terror, ignorancia y, en más de un caso, complicidad, se unieron para que una sociedad hipnotizada por un Mundial conviviera con el horror. "Creo que el Mundial y las Malvinas son los dos grandes traumas que aún no pudo resolver la sociedad argentina", dice hoy Anel Gilbert, periodista.

Las revistas de la Editorial Atlántida lideraban la campaña. La revista Para Ti regalaba postales a sus lectores para que las enviara a los políticos y organizaciones europeas que protestaban por las violaciones a los derechos humanos. Somos alertaba, apenas comenzado el Mundial, sobre un "subversivo" detenido que podía ganar el Premio Nobel de la Paz (Adolfo Pérez Esquivel). Y Bernardo Neustadt, mientras el periodista Julián Delgado desaparecía en pleno Mundial, alababa a Videla en Gente.

La prensa en general se sonrojaría mirando hoy aquel 78. Hata el periodismo deportivo abandonó su conservador slogan de que el deporte no debía "mezclarse" con la política. "Muñoz jamás podrá mirarme a la cara", acusó ya en democracia Hebe de Bonafini. "Va a entrar Videla a dar la Copa... el fútbol ha hecho el milagro del país... nos siguen atacando aquellos que no nos conocen", decía los relatos por Radio Rivadavia del "Gordo" José María Muñoz, un fenómeno de comunicación popular que un año más tarde, en los festejo por el Mundial juvenil del 79, promovió las celebraciones en Plaza de Mayo, donde a sólo metros se denunciaban desapariciones ante una comisión de la OEA. "Los argentinos somos derechos y humanos", se decía entonces. Tiempos en los que las crónicas confundían a Kempes con Videla. El primero pasó a la historia del fútbol como el Matador. Al segundo, la Justicia lo condenó por asesino.

Doce días antes de la final contra Holanda, la revista El Gráfico, también de la Editorial Atlántida, publicó una supuesta carta que el capitán de esa selección, Ruud Krol, envió a su hija. "...Mamá me contó que los otros días lloraste mucho porque algunos amiguitos te dijeron cosas muy feas que pasaban en la Argentina. Pero no es así. Es –decía la supuesta carta de Krol- una mentirita infantil... Esta no es la Copa del Mundo, sino la Copa de la Paz... Papá está bien. Tiene tu meñeca y un batallón de soldaditos que lo cuidan y que de sus fusiles disparan flores. Diles a tus amiguitos la verdad, Argentina es tierra de amor...". El periodista Enrique Romero, dice que la carta fue escrita por él, pero leída y autorizada por Krol. "Pero las organizaciones que luchaban en el extranjero contra la dictadura –se explica Romero- se volvieron contra Krol. El holandés, ante la avalancha de críticas, no tuvo otra opción que dar un paso al costado y negar con el codo lo que había firmado con la mano". Romero agrega que la carta sólo intentó "mostrar a los lectores la fase íntima de los holandeses", pero que fue "aprovechada para darle otra significado que el que verdaderamente tenía".

Desde Holanda, Krol hace escuchar su réplica: "No me entra en la cabeza que una persona haya hecho algo así. Fue indigno, artero y cobarde. Jamás escribí eso."

¿ Qué hubiera ocurrido si Robby Rensenbrink hubiera convertido aquel tiro que, ya sobre el final del partido, se estrelló en un poste y Holanda terminaba ganando 2-1 aquella fina? Ni la junta militar de Videla, Massera y Agosti podría haberlo impedido. Y el fútbol, más que nunca, habría sido "dinámica de lo impensado", como decía el periodeista Dante Panzeri, que se oponía al Mundial y murió poco antes de la fiesta. En la ESMA, los torturadores saludaron eufóricos a sus víctimas y a algunas de ellas hasta la sacaron en auto para que vieran los festejos callejeros. Graciela Daleo lloraba de impotencia diciéndose que no valía la pena, que nadie le prestaría atención aunque gritaara que ella era una desaparecida. "¿ Cómo no voy a comprender a la gente –se preguntó Hebe de Bonafini- si en mi propia casa, mientras yo lloraba en la cocina, mi esposo gritaba los goles frente a la televisión?".

Hellstrom, el arquero sueco que el 1 de junio había visitado a las Madres en la Plaza, cree recordar hoy que, "La gente tuvo un gran desahogo, se manifestó de manera inconsciente. Festejaban sin saber bien qué. La mayoría –afirma- creía que a los que estaban reprimiendo era a otros y no a ellos mismos". Un día después de la final, en el Hospital Militar, nacía Guido. Su madre fue fusilada des meses después. Guido es hoy uno de los 171 niños de los 230 secuestrados bajo la dictadura que sigue siendo botín de guerra. Su abuela, Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, lo busca desde aquel día. Todavía mantiene la esperanza.




DÍA DE VISITA

"La presencia de Videla en nuestro vestuario fue terrible", dice hoy Juan Carlos Oblitas, uno de los líderes de la selección peruana, al recordar un episodio que pocos conocen, en los minutos previos al polémico 6-0 que clasificó a Argentina a la final. "Algunos más jóvenes, que pudieron haberse sentido intimidados, dejaron de cambiarse para escucharlo. Pero yo, que tenía más experiencia, seguí en lo mío. Seguí detrás de una pared y apenas lo oía hablar. No quería que nada interrumpiera mi concentración."

El zaguero Héctor Chumpitaz, otro histórico de la selección peruana, admite que "nos sorprendimos cuando nos dijeron que nos iba a hablar Videla. Se paró frente a nosotros y nos dio un discurso en el que llamaba a la hermandad latinoamericana y nos deseaba suerte. Yo me lo tomé como una presión, aunque después de lo que nos habían dicho los organismos de derechos humanos, Videla aparecía como un personaje que nos daba un poco de miedo".

Los militares argentinos –especialmente Massera y Galtieri, cuando la selección estuvo en Rosario- fueron también más de una vez a la concentración y a los vestuarios argentinos. Ardiles recuerda que "nos hablaban de nuestras virtudes y de que representábamos a la patria" Para Kempes, según contó una vez, los militares acercaban a los jugadores la toalla, el jabón y hasta alguna copita extra de vino en las comidas. Como si fueran los cadetes.

LOS GOLES EN LA PRISIÓN

"Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio." Quien formula el cargo es Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en 1980, que logró salir de la Unidad 9 de La Plata gracias a la presión internacional, el 23 de junio de 1978, dos días antes de la final. De su cautiverio recuerda el nudo de una contradicción para muchos incomprensible. "En la cárcel, como los guardias también querían escuchar los partidos, el relato radial nos llegaba por altoparlantes. Era extraño, pero en un grito de gol nos uníamos los guardias y los prisioneros. Me da la sensación de que en ese momento, por encima de la situación que vivíamos, estaba el sentimiento por Argentina.

Révista Mística de Olé

2 de Mayo de 1998

EL PARTIDO DEL GOBIERNO

Más de 500 millones de dólares pone la Argentina al servicio del Mundial 78, en un momento en que el país sufre carencia en materia de previsión, salud y educación y es fuertemente criticado por violaciones de los derechos humanos.

La Argentina fue designada para organizar el Mundial de 1978 durante la presidencia del general Lanusse. En setiembre de 1973, el gobierno peronista designó la primera comisión organizadora. El entonces poderoso ministro José López Rega interfirió activamente en todo lo relativo a esa organización y llegaría el 12 de mayo de 1974 a firmar un decreto para designar una Comisión de Apoyo al Mundial.

Ese decreto incluía una cláusula de sospechosa oportunidad, pues faltaban cuatro años para el mundial. Decía: "Exceptúanse por un plazo de 90 días a partir de la firma del presente, de las disposiciones establecidas por el decreto 5720/72, Régimen de las Contrataciones del Estado, las compras que en función de los considerandos del presente deban realizarse, autorizándose a la Comisión la concentración de compras directas, cualquiera fuera su monto".





En esa época, en medio de una lucha de intereses, se designaron las cuatro subsedes: Mar del Plata, Córdoba, Rosario y Mendoza.

Producido el golpe militar de 1976, el nuevo gobierno se mostró decidido a llevar adelante la organización del certamen, para lo cual se creó el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), para cuya presidencia se designó al general Actis, asesinado, supuestamente por la guerrilla, el 23 de agosto de

1976 sin que pudiera entrar en funciones. Se nombró, entonces, al general Merlo para reemplazarlo, pero quien habría de tener más activa participación en todo el manejo de los fondos destinados a la organización de la competencia fue el vicepresidente de la EAM, vicealmirante Carlos Lacoste, hombre del riñon del almirante Massera.

El gasto total alcanzaría a la astronómica cifra de 250 millones de dólares. Esa suma, en momento en que el país padecía graves carencias en materia de previsión, sanidad y educación, representaba un irritante privilegio para el deporte, una inclinación que generalmente han tenido los gobiernos dictatoriales.

Las graves violaciones de los derechos humanos cometidas por el gobierno militar durante la lucha contra la violencia subversiva habían trascendido al mundo entero. Y, como contrapartida, había un ferviente deseo oficial de presentar a quienes vinieran al país una imagen de orden y organización. El hecho de haberse comunicado a los medios periodísticos la prohibición de criticar al director técnico del equipo argentino, Menotti, revela el fervor que el gobierno tenía puesto no sólo en la organización del certamen, sino también en el triunfo del equipo, considerando de importancia política fundamental.

Se arreglaron, pintaron y limpiaron calles y trató de eliminarse todo lo que pudiera constituir un menoscabo para el país. De todos modos, el acontecimiento deportivo dio lugar a la renovación de fuertes críticas contra el gobierno argentino, particularmente en Europa, donde insistentemente se comentó que una de las estrellas del fútbol holandés, Johan Cruyff, anticipó su retiro del seleccionado al decidir no viajar a un país que, como el nuestro, no respetaba las libertades públicas.





UN GRITO EN LA OSCURIDAD

Para la dictadura, el mundial resultó proritario. Era un tiempo tragico y la fiesta no fue de todos.

En chile el general Augusto Pinochet consolidaba su poder con un tramposo plebiscito convocado para rechazar las presiones extranjeras. En Uruguay la dictadura funcionaba con el disfraz de un civil, el insípido Aparicio Méndez. En Brasil, Joao Figueiredo intentaba abrir a las política las puertas del régimen militar. En Paraguay Alfredo Stroessner continuaba impertérrito. En Bolivia Hugo Banzer empezaba a tambalear por una huelga de hambre de los mineros es estaño. En la Argentina, en ese 1978, las Fuerzas Armadas encaraban una fase decisiva de lo que denominaban la solución final: su eternización en el poder y la definitiva domesticación de la sociedad.

El plan tuvo un andamiaje económico que la socióloga Susana Torrado describe como una "alianza entre el estamento militar y el segmento más concentrado de la burguesía nacional y de las empresas transnacionales". Y otro político asentado a la brutal represión a cualquier conducta popular crítica.

La realización y conquista del Mundial de fútbol fue sólo uno –y el primero- de los tres objetivos centrales que persiguieron los militares argentinos en su afán por perpertuarse.

Otro quedó trunco. Los aprestos bélicos para una guerra con Chile por el Beagle, en el cierre de ese mismo año, se redujeron a eso por la mediación del Vaticano.

El tercero fue su propia lápida. El choque con Gran Bretaña por las Islas Malvinas significó la desintegración la desintegración del régimen y el retroceso histórico más dramático de las Fuerzas Armadas.

Pero todo eso vino después. El mundial 78 colmó las aspiraciones de los militares y, probablemente, sirvió también como detonador de las alocadas aventuras posteriores.

Influyó en aquel éxito político del deporte la todavía capacidad intacta de los militares para manipular los lábiles sentimientos colectivos. Hicieron creer, fugazmente, que la Argentina era víctima de una campaña perversa sobre los derechos humanos y apagaron el eco, en tal sentido, de la renuncia de Paul Breitner a las selección alemana que debía jugar en la Argentina, o del renunciamiento público de Holanda para que sus futbolistas se sumaran al boicot.

Eso también fue posible gracias a la complicidad que los factores de poder tuvieron con el régimen. Fue entonces el tiempo en que Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, realizó su primera visita a la Argentina, "país que tiene un gran futuro a todo nivel", según pregonó. Fue desde el mismo riñon que alumbró la idea de que el gobierno militar invirtiera 500 mil dólares para contratar a la empresa norteamericana Burson-Masteller, con el objeto de contrarrestar la supuesta campaña antiargentina.

El régimen no supo de pudores para alcanzar sus propósitos. Agitó todo lo que pudo el fantasma del asesinato de Aldo Moro ejecutado por las Brigadas Rojas, cuyo cadáver apareció en mayo de ese año en un callejón romano, para tratar de establecer simetrías imposibles con lo que ocurría aquí.



A la hora de la verdad, el trabajo de la Comisión Nacional de Desaparecidos (CONADEP), que presidió Ernesto Sábato, resultó irrefutable: señaló que de las 9.000 desapariciones comprobadas durante la dictadura, la mayor parte ocurrió entre 1976 y 1979. También durante el Mundial.

El campeonato desnudó otro rostro trágico de la dictadura. No el que tuvo que ver con los balances secretos de la organización del torneo, sino el de las luchas sórdidas que signaron su existencia.

Especialmente entre el Ejército y la Marina, que arrojaron víctimas como el embajador Héctor Hidalgo Solá o la funcionaria de Cancillería Elena Holmberg.

La Junta Militar de Videla, Massera y Agosti había designado al general Omar Actis al frente del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), una tarea que debería compartir con el almirante Carlos Alberto Lacoste.

Pero Actis no llegó a asumir: el 19 de agosto de 1976 fue asesinado cuando abandonaba su casa de Wilde en un atentado adjudicado a los Montoneros pero que, con los años, los servicios de Inteligencia del Ejército sospecharon que correspondió a un comando de la ESMA.

Todas esas historias truculentas, todo el contraste entre dos realidades irreconciliables –la muerte y la euforia- fue el espejo de la época que sirvió para que monseñor Vicente Zaspe inmortalizara la existencia de una "Argentina secreta".

Esa que convirtió al Mundial 78 en la entendible fiesta de mucho, pero jamas de todo.




Numerosos libros fueron prohibidos durante la dictadura, muchos de ellos resultaron quemados en grandes pilas que juntaban las Fuerzas Armadas de libros provenientes de casas y bibliotecas. A las obras incendiadas se las consideraba material subversivo.



DATOS SIGNIFICATIVOS Y FRASES


"Duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades", dijo en una ocasión el futbolista Osvaldo Ardiles, motor de la selección argentina que ganó el Mundial hace 30 años.

"Fui usado. Lo del poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad", reconoció después César Menotti, entrenador del equipo.

Lejos del alborozo que supuso aquella gesta futbolística, las reflexiones de Ardiles y Menotti no hicieron otra cosa que ratificar una verdad irrefutable: el Mundial'78 será un caso paradigmático de utilización del deporte con fines políticos.

"La Junta Militar que asaltó el poder en 1976 se encontró con un 'regalo' llamado Mundial'78. En principio no supo qué hacer ya que la multinacional del fútbol demandaba gastos elevados. Finalmente lo compró porque creyó tenerlo bajo control y usarlo como escaparate de una Argentina distinta a la que se adivinaba en otras latitudes", recuerda el periodista Roberto Fernández.

El fútbol, coinciden autores de libros y artículos sobre aquel torneo, fue parte esencial de la agenda de la dictadura casi desde el día en que la cúpula militar que presidía Jorge Videla se instaló en el poder.

Tanto fue así que el 24 de marzo de 1976, cuando ocurrió el golpe de Estado, entre los comunicados plagados de supresiones de derechos emitidos por el gobierno de facto hubo uno que anunciaba la interrupción de la cadena nacional para ofrecer en directo el amistoso Polonia-Argentina.

Una de las primeras medidas del régimen fue ratificar la organización del Mundial'78, con el guiño de la FIFA. "Argentina está ahora más apta que nunca para ser la sede del torneo", afirmó su pope de entonces, el brasileño Joao Havelange.

El vicealmirante Carlos Lacoste, mano derecha del jerarca de la Armada Emilio Massera, se convirtió en el "todopoderoso" del deporte argentino durante la dictadura y el responsable de mostrar al exterior un país distinto al que el mundo comenzaba a imaginar.

Cuando los ecos de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen ya habían comenzado a trascender las fronteras argentinas, el gobierno se declaró víctima de una "aviesa campaña internacional", en palabras de Videla.

"Los argentinos somos derechos y humanos", rezaba un eslogan ideado por la dictadura con el perverso objetivo de ocultar las desapariciones de personas que sólo habían cometido el pecado de pensar diferente.

Después del fracaso de un intento de boicot del torneo impulsado especialmente en Holanda y Francia, fueron muchas las historias que circularon sobre jugadores que renunciaron a competir en la máxima cita del fútbol mundial por motivos políticos.

Las del holandés Johan Cruyff y el alemán Paul Breitner fueron las más sonadas, aunque en Argentina sorprendió una: Jorge Carrascosa, capitán histórico de la selección de Menotti, abandonó el equipo por "cuestiones de conciencia".

Otros, como el portero sueco Ronnie Hellstrom, se solidarizaron abiertamente con las víctimas del terrorismo de Estado y acompañaron en una de sus marchas a "las locas de la Plaza de Mayo" que desde hacía un año se atrevían a exigir información sobre el paradero de sus hijos desaparecidos.

"¡Ganamos!", cuentan que el represor Jorge "Tigre" Acosta gritó eufórico a los prisioneros de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), principal cárcel clandestina de la dictadura, punto de partida de los "vuelos de la muerte" y situada a sólo dos kilómetros del estadio donde los argentinos Mario Kempes y Daniel Bertoni acababan de sentenciar el 3-1 sobre Holanda en la final del torneo.

En su libro "La vergüenza de todos", el periodista y abogado Pablo Llonto asegura que aquel partido decisivo fue utilizado como parte de la represión, al aludir a casos de detenidos que fueron llevados por sus torturadores a celebrar en las calles la conquista deportiva.

Llonto habla de un papel "nefasto" de la prensa, que a su juicio "mintió" como pocas veces, y de una sociedad civil "que no quiso ver una realidad que le golpeaba la puerta todos los días con las marchas de las Madres de Plaza de Mayo en busca de sus hijos".

"Nos usaron para tapar las 30.000 desapariciones. Me siento engañado y asumo mi responsabilidad individual: yo era un boludo que no veía más allá de la pelota", resumió el futbolista Ricardo Villa.



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