domingo, 19 de octubre de 2008

MONTI: ¿VICTIMA O TRAIDOR?

Luis “Doble Ancho” Monti conocido así por su imponente contextura física fue un mediocentro que siempre se impuso por su liderazgo y su superioridad física, así se convirtió en uno de los mejores mediocentros del fútbol argentino de la década de los veinte.

Inició a su carrera en Huracán, equipo con el que ganó el campeonato argentino en 1921. Su siguiente destino fue Boca Junior club por el que pasó fugazmente. Posteriormente fue traspasado a San Lorenzo, donde fue campeón en 1923, 1924 y 1927 (el último campeonato amateur de la historia del fútbol argentino).
Se puede decir que en San Lorenzo, este magnífico mediocentro argentino vivió los años más felices de su carrera puesto que pese a que su salario era muy inferior a lo que llegó a cobrar posteriormente, con el club de Boedo vivió años plenos de éxitos y felicidad. En ese momento era muy querido y la máxima estrella argentina. Algo que cambió tras el mundial de 1930. En el que su libertad se vería coaccionada prácticamente hasta el final de su carrera.
Luis Monti es de los pocos jugadores que defendieron la camiseta de dos selecciones nacionales en dos mundiales diferentes. Pero a buen seguro que Luis Monti si hubiera sabido la presión que tuvo que sufrir no le habría complacido demasiado figurar en esta lista.
Monti defendió la albiceleste en el Sur Americano de 1927 donde salió Campeón y en las Olimpiadas de 1928 donde ganó la medalla de plata. Pero sería el Mundial de Uruguay de 1930 el que cambiaría el rumbo de su carrera deportiva.

La carrera de Monti aparte de por su gran calidad como futbolista quedó marcada para la historia del fútbol por la rocambolesca circunstancia que vivió en el Mundial de 1930.
Un hecho que ahora contamos como anécdota pero que en su día le causó numerosos problemas al bueno de Monti. Antes de la final del Mundial de Uruguay 1930, Luis Monti, había recibió innumerables amenazas anónimas contra él y su familia.

Las amenazas fueron tomando cuerpo cuando de urgencia mandaron a llamar a Bidegain y Larrandart, dos de los dirigentes de mayor peso del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, institución donde jugaba Monti. En un principio los dirigentes argentinos le atribuyeron las amenazas a algunos fanáticos uruguayos, debido a que en la final del Campeonato Sudamericano de 1929, disputada en Buenos Aires y ganada por Argentina, Monti había protagonizado un intercambio de golpes dignos de Mohamed Alí con el guapo de la otra orilla, Lorenzo Fernández. Pero las citadas amenazas se tomaron cada vez más en serio y acabaron por poner contra las cuerdas al bueno de Luisito Monti.
Monti recibió numerosas amenazas y dos personajes le habían mandado a decir en el entretiempo del partido final ante Uruguay que si Argentina ganaba, su madre amanecería muerta, pero si perdía, en cambio, el futuro sería suyo. Monti no quiso jugar el segundo tiempo, y si salió a la cancha fue porque lo obligaron. No tocó la pelota: fue un alma en pena sobre la cancha. Un futbolista que nunca se había arrugado ante nada salto al césped con la mirada perdida y el convencimiento de que su vida y la de los suyos estaban en juego.
El choque terminó 4-2 a favor del conjunto local. El Centenario de Montevideo era una fiesta de bombas y guirnaldas celestes y negras que homenajeaban al primer campeón del mundo de la historia.
Pancho Varallo lo recordaba años después de la siguiente manera: "Monti no tendría que haber entrado en la final, se lo notaba cohibido, como con miedo a jugar".
La trama italiana.
El oscuro entramado que se construyó alrededor de la figura de Monti resultó ser un complejo y sibilino plan del Duce con vistas al Mundial de Italia de 1934.
Y es que con el tiempo se sabría que la mafia italiana, comandada nada más ni menos por Benito Mussolini estaba detrás de esa oscura maniobra que trajo en jaque la vida de Monti en aquel año de 1930.
Al parecer la idea era que la selección argentina fuera derrotada por los locales y que el culpable del subcampeonato fuera Luis Monti, de esta forma se conseguía que toda Argentina se echara encima de un de sus ídolos y provocara su ineludible marcha de la albiceleste y de su país. Con todo ello se conseguía que uno de los jugadores de mejor perfil del panorama futbolístico mundial de aquella época tuviera la posibilidad de jugar como oriundo en el seleccionado italiano, que disputaría como local el Mundial de 34, en el que el Duce no admitiría bajo ningún concepto una derrota.
Los espías italianos encargados de cumplir la misión eran Marco Scaglia y Luciano Benetti, quién apenas comenzada la final del mundo le comentó por lo bajo a su colega: "Dentro de noventa minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle mucho dinero para ir a jugar a Italia".
Finalmente Monti jugó contra su voluntad, pero el miedo le impidió hacerlo como merecía la afición argentina. Tiempo después recordaría: "Me mandaban anónimos, no me dejaron dormir la noche anterior".
A los pocos días de terminado el campeonato del mundo, ambos espías italianos visitaron al jugador argentino Luis Monti, ofreciéndole cinco mil dólares mensuales de sueldo, una casa y un auto.
El futbolista recordaría ese encuentro de la siguiente manera: "Fue maravilloso, todos los argentinos me habían hecho sentir una porquería, un gusano, tildándome de cobarde y echando exclusivamente la culpa de la derrota en la final mundialista ante los uruguayos. Y de pronto me encontraba ante dos personas que venían del extranjero a ofrecerme una fortuna por jugar al fútbol. Durante aquel partido tuve mucho miedo porque me amenazaron con matarme a mí y a mi madre. Estaba tan aterrado que ni pensé en el partido que estaba jugando, y perjudiqué así el esfuerzo de mis compañeros. Venir a Italia a seguir mi carrera como futbolista es una bendición del cielo."

Monti en Italia.
Meses más tarde de aquella visita, un representante del club Juventus de Turín, llegó a Buenos Aires para hacerle firmar el contrato.
Monti defendía ahora los intereses de la Juve y de la selección de Italia, sin embargo, el argentino llegó con varios kilos de más a su primer entrenamiento con la Juventus de Turín, y en los partidos del torneo local decepcionaba. Tanto, que Mussolini ordenó una investigación a fondo contra aquellos que lo habían recomendado.
Luego todo cambió. Monti se puso a tono y en el 34, ya nacionalizado, era el eje de la Selección que en los papeles dirigía don Vittorio Pozzo. La segunda Copa del Mundo estaba allí nada más, e Italia tenía que ganarla.
Poco antes de que comenzara, la “azurra” disputó dos encuentros amistosos que no convencieron a nadie, y Pozzo recibió un mensaje: “Usted es responsable del éxito, señor Pozzo, pero si fracasa, que Dios le ayude”. No llevaba firma, pero Pozzo sabía que era del Duce.
Desde su oficina, Mussolini movió los hilos y fue manejando aquella Copa del Mundo. Cambiaba árbitros y horarios según lo creía conveniente, e incluso le dictaba a Pozzo las alineaciones de su Italia.
La “Azurra” ganó uno a uno sus encuentros para llegar a la gran final, ante Checoslovaquia. “Nos anunciaron que, por decisión del Duce, podíamos pedir lo que se nos ocurriera si ganábamos aquella final: dinero, mujeres, casas, autos. Por el contrario, si perdíamos, estarían en peligro nuestras propias vidas”: diez años después, refugiado en un pequeño pueblo llamado Pinerolo, Luis Monti recordaba la presión que habían ejercido sobre ellos desde el alto Gobierno. Los italianos como no podía ser de otra forma ganaron aquella Copa del 34.
El marcaje a Sindelar.
Monti jugó un papel esencial en aquella victoria y es que en ese momento en el futbol italiano no existía un jugador con las características de Monti, un tipo que cubriera tanto terreno como lo hacía Monti y que a su vez abasteciera de balones a los extremos.
"Doble Ancho" se convirtió en el enlace ideal entre el talento de Meazza y la soberbia en la zaga de Monzeglio. Además su marcaje en semifinales a Matthias Sindelar, el jugador más habilidoso del mundo en aquella época resultó crucial para la consecución de la victoria final.
Una curiosa paradoja.
Aunque triunfó en Italia y en la Juve donde disputó 263 partidos y convirtió 22 goles, además de conseguir 4 Scudettos y 1 Copa Italia, vivió la presión que ejerció Benito Mussolini en persona a aquella selección azurra que se coronó campeona del Mundo en el 34. Su carrera se convirtió en una curiosa paradoja y es que tal y como él mismo contó en más de una ocasión: "si en Uruguay ganaba me mataban, y si en Italia perdía me fusilaban. Era mucho para un jugador de aquella época".
Puede que viviera una vida desahogada económicamente en Italia pero desde que en su vida se cruzaron Marco Scaglia y Luciano Benetti, dejó de ser libre.
En Argentina pasó de héroe a villano y en Italia se convirtió nuevamente en héroe pero me pregunto que haríamos cada uno de nosotros ante tal disyuntiva, convertirnos en traidores como hizo Luisito o acabar como víctima. Sin duda una complicada encrucijada en la que se encontró este deportista por los teje manejes de un dictador.





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