jueves, 23 de octubre de 2008

EL MARACANAZO




Si alguien hiciera en alguna ocasión una clasificación de las mayores sorpresas de la Historia del Fútbol, el segundo puesto estaría muy disputado: la eliminación de Italia por Corea en el Mundial ’66, la final de la Copa de Europa del año pasado, la victoria de Camerún sobre Argentina en el partido inaugural del segundo Mundial de Italia… hay muchos partidos que se harían acreedores a esa distinción. Sin embargo, siempre que a un buen aficionado se le pregunta cuál es el paradigma de resultado increíble, de algo que no podía ocurrir y ocurrió, una palabra acaba surgiendo: el Maracanazo. La final de la Copa del Mundo de 1950.

La selección brasileña que se presentó aquel día del Carmen en Maracaná lo tenía prácticamente todo. El mejor ataque del fútbol mundial, con el atildado y genial bigotudo Ademir de estrella (nueve goles en cinco partidos del campeonato) apoyado por los sensacionales Zizinho y Jair; Barbosa, quizá el mejor portero desde el Divino Zamora, bajo los palos; una defensa con Juvenal y Augusto, que se califica simplemente con decir que el suplente de este último era Nilton Santos; una versión del 3-4-3 llamada “la diagonal” con la cual habían desarrollado el juego más hermoso jamás visto hasta entonces, ¡trece goles! en los últimos dos partidos de la fase final; 220.000 hinchas enfervorizados apoyándoles, que llevaba en el campo casi ocho horas, ataviados para la ocasión con las camisetas de Brasil Campeón del Mundo… Y por si fuera poco, por el sistema de liguilla adoptado para la ocasión que generó no pocas polémicas, el empate les hacía campeones.

Como víctimas propiciatorias, a priori, esperaban los uruguayos. Sí, tenían al finísimo Pepe Schiaffino, killer impenitente, y el poderío del Negro Obdulio Varela (foto), y la rapidez del extremo Alcides Gigghia, y al poderoso Tejera atrás, más el plus de garra de la camiseta uruguaya; ese país donde, dicen, los bebés gritan gol antes de comenzar a hablar. Pero las perspectivas no eran halagüeñas: a la final les había llevado un empate in extremis con España y una inmerecida victoria ante los suecos, a los que los cariocas habían barrido por 7-1. Tenía aroma a boutade la frase de Obdulio antes de comenzar el encuentro, dirigida a la nube de periodistas que se afanaban en captar la imagen de los locales: “Vénganse, que los campeones están acá…”.

Cuando el colegiado inglés Reader da el pitido inicial, el equipo carioca se lanza en tromba sobre la meta de Máspoli, que resiste duramente la primera acometida. El zaguero Matías echa el cierre, Obdulio se convierte en la sombra de Ademir y poco a poco el fútbol plomizo y aparentemente cansino de los uruguayos, lleno de técnica y sentido de la pausa, aquieta el ímpetu brasileño. La multitud ruge incómoda, pues los encuentros anteriores habían sido resueltos por la vía rápida para dejar paso al arte y la exhibición. Hoy, ni Bauer ni Jair se ven capaces de llevar la manija, Zizinho está desaparecido y el equipo da sensación de impotencia. No hay goles cuando los jugadores se retiran, preocupados los locales, más sonriente el combinado charrúa.

Comienza el segundo tiempo con el mismo aspecto que el primero, con la canarinha volcada sobre el portal uruguayo, y a los pocos minutos un toque de balón de Jair habilita al extremo Friaca, que cruza la pelota magistralmente y provoca el delirio en las gradas y en todo Brasil. Pero en medio del griterío Obdulio Varela toma la pelota, anda pausadamente hacia el centro del campo, protesta al árbitro, habla con sus compañeros, para el partido, hiela el ambiente… Cuando tras cuatro minutos se reanuda el choque, ya no quedan restos de la euforia y el momento mágico ha pasado.

Son veinte minutos en los que los uruguayos imponen su ritmo, y, paradójicamente, sienten que Brasil no es inabordable. Morán y Míguez estiran el campo, Bigode sufre con Gigghia y Schiaffino empieza a sacudirse el marcaje de Danilo. Y finalmente, llega lo que el silencioso estadio ya prefiguraba: Gigghia gambetea en córner y cede atrás para que el Pepe enganche un cañonazo que limpia la escuadra de Barbosa e iguala la contienda. Sólo se advierte estupefacción en los rostros de futbolistas e hinchas cariocas; aunque estos últimos, quizá reparando en que este resultado aún les da el título, alzan la voz al grito de ¡Brasil, Brasil! Pero los amarillos están sucumbiendo ante el poderío físico de Uruguay, que nota el haber jugado una fase previa de un solo partido ante un rival insignificante (8-0 a Bolivia) frente a tres de los brasileños. Sin embargo, todavía tienen arrestos los locales para una oleada agónica que les lleva a disfrutar de varios córners consecutivos, todos desperdiciados.

Era la última oportunidad en un partido cuyo destino ya era visible. Y así, a diez minutos para el final, el Negro le da la bola a Gigghia, este profundiza, distrae a Barbosa preparando un centro ficticio, y se saca un lanzamiento a puerta seco y criminal que pasa entre poste y portero y se va a la red. Es el final, Uruguay ha ganado.

Lo demás pertenece ya quizá más al terreno del mito que al de la realidad, o quizás a los dos. La torcida llorando en medio de un silencio sobrecogedor, luto en todo Brasil, suicidios, Jules Rimet entregando la Copa solo con el capitán en los vestuarios, los más fanáticos intentando linchar a los futbolistas brasileños, el gran Obdulio en la noche de Rio tratando de consolar a los vencidos y bebiendo con ellos, Barbosa llevando el estigma del culpable para toda su vida…

Uno de esos días en que, como dijo Hugo Presman, la vida se sentó a tomar un café con la Historia.

ALINEACIONES. Uruguay: Máspoli, González, Tejera, Gambetta, Varela, Andrade, Gigghia, Pérez, Míguez, Schiaffino y Morán. Brasil: Barbosa, Augusto, Danilo, Juvenal, Bauer, Bigode, Friaca, Zizinho, Ademir, Jair y Chico.

SECUELAS DEL MARACANAZO

Tras perder por 2-1 ante Uruguay el domingo 16 de julio el partido decisivo del Mundial 1950 en el estadio Maracaná de Río de Janeiro la selección de Brasil entró en un luto que la hizo no volver a jugar un partido hasta pasados dos años del hecho. Inclusive, a partir de ese momento, dejó de utilizar su tradicional conjunto de medias, pantalón y camiseta blanca con puños y cuello azul el cual venía usando desde sus comienzos.

Cadena perpetua
"En Brasil la pena que la ley establece por matar a alguien es de 30 años. Están por cumplirse 50 de aquella final y yo sigo encarcelado: la gente todavía dice que soy el culpable".

Moacyr Barbosa
[arquero de la selección brasileña en el Mundial 50]

Ni olvido ni perdón
"Si no hubiera aprendido a contenerme cada vez que la gente me reprochaba lo del gol, habría terminado en la cárcel o en el cementerio hace mucho tiempo", reveló en una de sus pocas apariciones públicas Moacyr Barbosa [arquero brasileño en el Mundial 1950] antes de conmover a la audiencia televisiva al narrar el episodio más amargo de su larga cadena perpetua: "Fue una tarde de los años 80 en un mercado. Me llamó la atención una señora que me señalaba con el dedo, mientras la decía en voz alta a su chiquito: Mirá, hijo... Ese es el hombre que hizo llorar a todo Brasil".

Cumplidos
Antes de que salieran al campo de juego del Maracaná para afrontar el partido decisivo del Mundial 50, dirigentes de la Asociación Uruguaya fueron al vestuario y le dijeron a sus jugadores que venían a brindarles todo su apoyo y que estaban orgullosos de ellos, pero que no se expusieran a una vergüenza como que los llenaran de goles. Con que sólo les conviertan cuatro estaba bien, que jugaran tranquilos, que ya estaban cumplidos. A lo que Obdulio Varela contestó: "Cumplidos... solo si somos campeones".

Partido con mayor asistencia
El partido con mayor asistencia en la historia fue el encuentro decisivo del Mundial 1950 entre Brasil y Uruguay.
Para él fueron pagas 199 854 entradas, además se sabe que esa tarde en el Maracaná hubo unos pares de miles de espectadores más.

Me la veía venir
Tras la concreción del segundo gol uruguayo en el partido decisivo del Mundial 50 el comentario de Ary Barroso para una de las emisoras más escuchadas de Brasil fue el siguiente:
- Lo sabía... Yo lo sabía... Yo ya lo sabía...
Se levantó, dejó de transmitir y se fue. Al día siguiente anunció: No relato más. Y cumplió.

Dame fuego...
Corrían los años 80 cuando, en vísperas de una remodelación, el administrador del estadio Maracaná le regaló a Moacyr Barbosa [arquero brasileño durante el Mundial 1950] los palos y el travesaño del viejo arco fatídico. Antes de comprobar si se trataba de un gesto afectuoso o de otra burla no dudó en sacar provecho de la jugada. Convocó en su casa a los pocos amigos que le quedaban y una vez que la mesa armada el patio se pobló, el anfitrión ceremonioso y resuelto le dio fuego a los maderos, todavía pintados de blanco, y remató el pequeño exorcismo con una parrillada.

A la heladera
Tras el tanto convertido por Friaca en el partido decisivo del Mundial 1950, Obdulio Varela reaccionó de una manera extraña: con el balón bajo el brazo se dirigió hacia el juez de línea y el árbitro donde pasó casi dos minutos hablando con ellos.
Según él mismo explicó, trataba de enfurecer a los rivales y enfriar el partido: "Los brasileños estaban furiosos, la tribuna gritaba... un jugador me vino a escupir, pero yo, nada, serio no más. Cuando volvimos a jugar, ellos estaban ciegos... no veían ni su arco de furiosos que estaban".

Por si las moscas
Pasados "tan sólo" 44 años del Mundial 1950 Moacyr Barbosa, arquero brasileño durante el torneo, ya viviendo de favor en la casa de una cuñada y sin más ingresos que una jubilación miserable, fue a la concentración de Brasil a brindarles aliento y a desearles suerte a los jugadores que se preparaban para el Mundial de EE.UU. 1994. Pero esto no le fue posible, las autoridades le prohibieron la entrada: no sea cosa que traiga mala suerte.

"Sólo ha habido tres personas capaces de hacer callar Maracaná: Frank Sinatra, el Papa y yo". Alcides Gigghia.

TODOS SENTIMOS LA MALA SUERTE DE BRASIL AL NO GANAR EL CAMPEONATO QUE TANTO MERECIO.PERO EN LA DERROTA,LOS BRASILEÑOS ELEVARON SU ALTURA COMO PUEBLO HASTA DONDE NO HUBIERAN ALCANZADO DE HABER SALIDO VICTORIOSOS.ACABA DE ENCONTRAR UNO DE ESOS RAROS MOMENTOS EN LA VIDA,CUANDO UN PUEBLO ENCUENTRA SU ALMA,CUANDO UNA NACION SE SUPERA A SI MISMA.BRASIL FUE MEJOR EN LA DERROTA DE LO QUE LO HUBIERA SIDO EN LA VICTORIA.



No hay comentarios: