jueves, 13 de noviembre de 2008

MUNDIAL MEXICO 1970


Cuando un equipo realiza un juego vistoso y alegre, se ha impuesto como lugar común en el fútbol decir “Juegan como Brasil del 70”. El Mundial de México, maravilla de organización y colorido, supuso la entronización definitiva de la selección canarinha en la cumbre del balompié, tanto por número de campeonatos ganados como por la calidad de su fútbol. Tras esta copa quedó claro que cuando los brasileños juegan realmente bien, nadie puede hacerles sombra. Quizá sólo la selección de Hungría en el 54 aguantaría la comparación con la que presentó el Lobo Zagallo en el torneo azteca.

Pelé, máxima estrella del fútbol, llegó a México con 29 años, en plena madurez como futbolista. A su alrededor, Brasil reunió un ataque de ensueño, con el zurdo Rivelino y sus pases de 40 metros que le valieron el apodo de el Mago; Eduardo Gonçalves “Tostao”, un prodigio técnico con especial habilidad para aguantar el balón y jugar de espaldas, y Jairzinho, un rematador de primera clase. Gerson, un prodigio de competitividad y clase, movía al conjunto desde el medio centro, con Clodoaldo de complemento, y marcaba la línea una estupenda defensa donde destacaban Carlos Alberto, excepcional lateral derecho clásico brasileño, y el cierre Hércules Brito.

Con estos jugadores, el camino de la seleçao hasta la finalísima había sido un paseo triunfal. Tras franquear sin dificultad la primera fase, donde vencieron a Inglaterra, vigente campeón, les esperaba el equipo peruano. Los andinos, dirigidos por el fenomenal Cubillas, eran la revelación del torneo con su juego ofensivo. Venció Brasil por 4-2, dos tantos de Tostao. Y en semifinales, a recordar viejos tiempos frente a una renacida Uruguay. Los fantasmas domésticos de Brasil se hicieron realidad cuando Morales adelantó a los charrúas, pero Clodoaldo, en el gol más importante de su carrera (según propia opinión) empató al límite del descanso. En el segundo tiempo, Jairzinho y Rivelino certificaron el pase a la final. Habían ganado todos los partidos.

El rival señalado para detener a la máquina amarilla sobre el césped del Estadio Azteca era Italia, que había ido pasando rondas como suele, sin mucho juego pero con un pundonor y una capacidad para entender el fútbol extraordinarios. Valcareggi había fundamentado el equipo en una defensa estupenda, con el gato Albertosi en la portería, los duros marcadores Burgnich y Rosato, y a la izquierda Giacinto Facchetti, el único futbolista capaz de disputarle a Maldini el título de mejor lateral izquierdo de la historia de Italia. Mazzola, ya veterano, y Domenghini ponían la calidad en el medio, y arriba el gol era cosa de Boninsegna y Gigi Riva, este último en la cumbre de su carrera.

El camino de los transalpinos hasta su tercera final había sido duro. Tras pasar la primera fase como primeros de grupo marcando un solo gol, les esperaba en cuartos el anfitrión México, equipo de fútbol rápido y alegre, con gente de calidad como Padilla o Fragosa. El equipo americano salió mejor, y se adelantó pronto con gol de González; los italianos respondieron pronto por medio de Domenghini. En la segunda parte, y tras el cambio de Mazzola por Rivera (la staffietta) mejoraron los azzurri, desempatando pronto Riva. Los mexicanos se hundieron abrumados por la responsabilidad, e Italia certificó su pase con un doblete de Rivera en los últimos minutos.

La semifinal de Italia contra Alemania fue el partido más impresionante del torneo, y uno de los más grandes de la Historia de los Mundiales. Lo tuvo absolutamente todo. Dos equipos de altísimo nivel, con los teutones que venían de levantarle un 2-0 a Inglaterra en cuartos, tomándose revancha del torneo anterior. Un gol de Schnellinger en el tiempo añadido, que compensaba el inicial de Boninsegna. La prórroga más inolvidable, con cinco goles: primero Müller rematando con todo, remontada de Italia con goles de Burgnich y Riva, otra vez el Torpedo poniendo el 3-3, y a dos minutos el tanto postrero de Rivera, que significaba la final. Y a todo esto, Beckenbauer jugando gran parte del partido con un hombro dislocado y el brazo vendado. Un monumento a la grandeza del fútbol.

Estos fueron los equipos que el 21 de Junio de 1970 se presentaron en el grandioso Estadio Azteca, construido para la ocasión, dispuestos a alzarse con su tercera corona. Cuando el árbitro alemán Glöckner da el silbatazo inicial, nadie se decide a tomar la manija del partido, y las ocasiones se hacen esperar. Sin embargo, en el ecuador de la primera, Rivelino pone uno de sus centros teledirigidos en la cabeza de Pelé, quien pica un remate inapelable que se cuela a la izquierda de Albertosi. Sobre este remate Burgnich diría más tarde que él saltó con Pelé, pero que cuando bajó el brasileño todavía seguía colgado del aire.

El tanto no desanima a los italianos, maestros del tempo y también sabios en aprovechar los errores del rival. Así, llega un balón sin demasiado peligro al área de Félix, el arquero duda, y Boninsegna se va de Clodoaldo para hacer el empate, en un gol de delantero puro. El partido sigue siendo muy equilibrado, con juego subterráneo por parte del equipo europeo, que desquicia por momentos a Brasil. Burgnich ata en corto a Pelé, y Facchetti hace lo propio con Jairzinho, con lo que las opciones atacantes de Brasl disminuyen. Así se llega al descanso.

Como había ocurrido anteriormente en casi todos los partidos, el equipo brasileiro sale decidido a resolver en la segunda parte. Jairzinho se lleva a Facchetti al costado y abre huecos para las penetraciones de Gerson, cuyo buen juego en este tramo del partido será clave en la final. El fantástico mediocampista avisa al cuarto de hora con un trallazo al larguero, y desequilibra la final cinco minutos después con un gol de genio: sombrero al defensa, y en la salida un tiro que se cuela como un obús.

Italia acusa el golpe, y tira la toalla definitivamente cuando al poco rato Jairzinho clava el tercero. La final se ha acabado, y como en Suecia doce años antes, los últimos minutos son a mayor gloria del fútbol brasileño. Sale Rivera en el tramo final, pero sólo le alcanza para ver en primera fila una de las más grandes y famosas jugadas de la historia del fútbol: un balón que saca el portero Félix y que llega a Pelé, que sin mirar la pone su derecha: por ahí entra Carlos Alberto como un toro para clavar el 4-1. Entre el arquero y O’Rei mediaron veinte toques de balón y cinco futbolistas, la apoteosis del juego colectivo.

Brasil se convierte así en el primer equipo que consigue en propiedad la Copa Jules Rimet, (que, por cierto, fue robada más tarde), por haberla ganado tres veces; para el siguiente torneo hará falta nuevo trofeo. Este Mundial también nos dejó la primera ocasión en que se permitieron los cambios, y el estreno con gran éxito de las tarjetas, ambas innovaciones positivas que han llegado hasta nuestros días. Fue un campeonato tan limpio que no se vio ni una roja.

ALINEACIONES. Brasil: Félix, Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo, Gerson, Clodoaldo, Rivelino, Jairzinho, Pelé y Tostao. Italia: Albertosi, Rosato, Burgnich, Cera, Facchetti, Domenghini, Bertini (Juliano m. 73), Mazzola, De Sisti, Riva y Boninsegna (Rivera m. 84).


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